Día: 31 de agosto de 2015

MOMENTOS PERDIDOS

Se encontraba triste y abatido. Casi nonagenario, había tomado un decisión trascendental en su vida: pedirle a sus hijos que dejaran de visitarle. No le quedo más remedio. Sus vástagos, esos descendientes que él iba a dejar en el mundo el día que faltara, se lo habían ganado. Llegaban a su casa y no hacían otras que atender sus famosos teléfonos inteligentes. No lo entendía. Su prole estaba allí, pero como si no lo estuviera. Se mantenían fieles a los mensajes de sus amigos a los que verían esa misma noche, con los que compartían momentos (más virtuales que reales). Todo antes que mantener una conversación con un padre que tenían tan cerca y a la vez tan lejos. Un padre que podría no estar allí al día siguiente, en un mes o en unos pocos años. A lo mejor, cuando llegara su ausencia, echarían la vista atrás y pensarían en el tiempo que se dejaron robar. La realidad no pasaba porque dejaran de visitarle, sino que cuando lo hiciesen, disfrutaran de sí mismos sin interrupciones.

Aunque buscaba la excusa, nunca terminó de encontrarla. Consciente de laComunicación-móvil-1024x474 realidad, siempre supo que había gente más o menos considerada. Una consideración que, según ve día tras día, cae en saco roto con los móviles. Le enturbiaban en los momentos que exigían silencios, como aquél día en la playa en el que pretendía desconectar, o aquella vez que acudió al teatro con la mujer que le quitaba el sueño. Incluso un día, sonó el móvil de un compañero en clase interrumpiendo la explicación del profesor. No pudo menos que inundarse de decepción la noche en la que salió a cenar con unos amigos y, en la mesa colindante, una pareja cenaba mirando cada uno su pantalla, sin cruzarse una palabra entre los platos. Ni siquiera en el postre.

En la presentación de su última obra literaria, la desazón se apoderó de aquella escritora. Multitud de personas, la mayoría estudiantes, tenían inclinada la cabeza hacia una pantalla. Poco más tarde se dio cuenta del motivo: habían contado lo que allí pasaba. Una mezcla de sensaciones la invadió. De un lado, agradecía que los no presentes pudieran participar del debate. Por otro, entendía que esas conversaciones por móvil se interponían entre ella y sus receptores.

Miraba a su alrededor y no exageraba a mostrar su incredulidad. Alrededor, mirase para dónde mirase, se encontraba a sus semejantes más preocupados por fotografiar el momento, por describirlo, comentarlo o exagerarlo que por disfrutarlo. Fue una de las primeras impresiones que se llevó tras abrir los ojos tras más de 20 años de sueño profundo. Él no conocía los teléfonos móviles ni las redes sociales. Por tanto, le resultaba incompresible lo que veían sus ojos: los que les rodeaban estaban más pendientes de comentar con sus contactos que, por fin había despertado, que por saber, realmente, cómo se encontraba tras ese largo periodo en que todo era tan diferente.

Nada más lejos de la realidad. Todo seguirá así. Al menos hasta que alguien invente una aplicación que permita recuperar los momentos perdidos.

En fin, la vida…