PASAJEROS

Cuando la vio, entendió que ella no iba a ser una más. En el preciso instante que su mirada chocó con aquél pelo cuidadosamente despeinado, una súbita explosión se agolpó en él. Era perfecta. Morena, calculó que era unos centímetros más baja que él. Un traje gris marengo resaltaba su figura sin resultar rimbombante, mientras unos zapatos de tacón completaban su estilo.

No podía aguantar más, e hizo un esfuerzo por ver su rostro. Se imaginaba que, pasado este tiempo desde que la vio por primera vez, ya serían demasiados los ojos que se habían posado sobre ella. Por esta vez no le importó. Sin gastar tiempo en pensar lo contrario, siguió buscando con ahínco encontrarse con su cara. Al cabo de unos minutos, lo consiguió, lo que no hizo sino confirmar sus sospechas: se encontraba ante ella, ante lo que había ansiado encontrar.

Unos labios sutilmente rojos para la ocasión eran la antesala de la sonrisa más bonita que había llegado a ver. En sus mejillas brotaban diversas pecas salpicadas al azar, en tanto que su nariz era pequeña y simétrica. Un poco más arriba, el tesoro: unos ojos verdes, casi transparentes en los que, sin su permiso, había decido quedarse a vivir para siempre.

Al cabo de unos minutos, ella se giró. Y, entonces, Breo lo tuvo claro. Ese fue el momento en el que se materializó frente a sí toda su vida. Su futuro, sus sueños, sus metas. Poco dado a creer en las casualidades, entendió que si la providencia había querido que se encontrasen en aquél vagón de tren, era por algo. Se sentía ilusionado, como los más pequeños la noche de reyes. O quizás más. Sentía el vértigo de quien se asoma a esos precipicios deesconocidos, el nervio del que encuentra aquello que no buscaba.

No tardó mucho en comprender que aquel simple cruce de miradas lo había paralizado. Por esta vez, decidió que no iba a caer en ese estúpido error, tan cotidiano en su vida. Le tocaba arriesgar, y este era uno de esos momentos, sin lugar a dudas. No tardó en mucho en tomar una decisión, si bien no tenía claro que le iba a decir. Confiaba, tan solo, en no quedarse en blanco en su presencia. Respiró hondo, se cargó de coraje y tomó la determinación de enfrentarse a su destino. A ese destino que él ansiaba.

De repente, todo cambió. Sonó un pitido agudo, intenso, que le hizo olvidar sus pensamientos y volver a la realidad.Ella ya no estaba allí, a pesar de que buceó con los ojos en búsqueda de esa mirada de ojos invisbles, de ese traje azul, de aquellos tacones. En vano, se había esfumado. Como un poseso, ladeó su cabeza hacia las ventanas, para confirmar que no había sido un sueño. No hubo suerte. Allí ya no había nadie ni nada.

Compugnido, optó por sentarse. Cabizbajo, en el mismo instante que el tren se ponía en marcha, vio aquella melena azabache mientras se perdía en el resto de viandantes. Solo entonces, mientras intentaba acomodarse en aquél fatídico asiento, tomó conciencia de aquella tarjeta que habían dejado en el bolsillo de su americana: «Me llamó Hécate» pudo leer justo en el momento en que su cabeza se giraba para mirar atrás en el momento en el que el viajero desconcido ponía rumbo a su destino…

En fin, la vida…

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